viernes, 31 de julio de 2015

Cuando nada es mío... (Capítulo V)

(Si quieres leer esta historia desde el principio visita las entradas anteriores en el apartado Historias :) )

CAPÍTULO V

Al salir del Aula Magna veía todo a mi alrededor borroso y confuso, como si una tela transparente de me hubiera puesto delante de la cara y no me dejara ver a dónde ir. Oí la voz de Alex en la lejanía preguntándome a dónde iba y repitiendo mi nombre a gritos una y otra vez pero yo no quería responder, sólo quería desaparecer y frenar todos los pensamientos que invadían mi cabeza.
Salí a la calle sin dejar de correr, mis piernas marcaban el camino y cuando llegué al paseo marítimo de la ciudad paré en seco. Vi la torre de Hércules a lo lejos con su implacable luz señalando no sólo el camino a los barcos, sino también el mío: sabía a dónde quería ir. Me saque los zapatos de tacón y seguí recorriendo el paseo marítimo lo más deprisa que ese maldito vestido me permitía, pero cada vez estaba más cerca de mi destino.
Cuando por fin pise la fría arena con mis pies descalzos sentí libre por primera vez en meses y no podía sentir nada mejor en aquel momento. No necesitaba otra cosa que el aire fresco y marino de mi playa favorita en Galicia, la playa de As Lapas. No era una playa impresionante como podría ser la Playa de las Catedrales pero era una playa pequeña y tranquila, protegida por dos muros de rocas naturales e iluminada por la Torre de Hércules.
Me quede de pie, inmóvil, mirando al horizonte. Quería sentirme libre y salvaje como el mar y siempre que estaba allí me gustaba bañarme a la luz de la luna y dejar mi mente ausente durante unos minutos. Deje mis zapatos en la arena y me quité las pinzas que sostenían mi largo pelo dejándolo a merced del viento y sintiendo ese aire fresco y familiar en la piel. Empecé a bajarme la cremallera del vestido cuando vi una mancha negra en la oscuridad acercándose a mí velozmente. Intenté forzar la vista para saber qué era eso pero cuando por fin vislumbré su figura, esa mancha me había tirado al suelo.
Sentía un gran peso encima de mí y una lengua húmeda y fina lamiéndome toda la cara como si fuera un delicioso helado o viendo que se trataba de un perro, un cuenco de pienso. Intenté levantarme pero los besos de aquel perro me hacían muchas cosquillas y no podía flexionar mi cuerpo hacía arriba.
-          ¡Para, por favor, para! – dije entre carcajadas - ¡Vas a hacer que me duela la barriga! ¿Dónde está tu dueño, cosita?
Oí una voz y unos pasos que se acercaban a mí y al animal de forma exhausta ¿Sería su dueño?
-          ¡Ayuda, por favor! – grité riéndome – ¡Este perro es demasiado cariñoso!
-          Perdóneme, por favor – dijo aquella voz que me resultaba familiar – No sé porque mi perra ha salido corriendo de esa manera…
Aquel hombre apartó a su perra de encima de mí y me tendió una mano para ayudarme a incorporarme del suelo. Le di mi mano sin pensarlo y cuando estaba a punto de apoyar mis pies al completo en la arena, la perra pasó entre mis piernas haciéndome perder el equilibrio hacía adelante.
No quería abrir los ojos después del grito que había salido de mi garganta y cuando aquel hombre se disculpó de nuevo, me vi obligada a hacerlo para darme cuenta de que estaba estrujándolo con mis brazos.
-          Lo siento mucho de verdad, no quería abrazarlo, pero su perra me asustó y…
-          No pasa nada Raquel, algún día tenía que dejar de disculparme yo por los sustos que te da mi perra.
¿Qué? ¡Ha dicho mi nombre! Lo miré y allí estaba, el chico del cementerio y su perra Perla, disculpándose de nuevo por el entusiasmo de su mascota. Estaba tan distraída que no me había dado ni cuenta de que era él el que estaba conmigo todo este tiempo.
-          ¿Qué haces aquí? – pregunté en un tono que por su cara fue algo desagradable – Lo siento… pensaba que vivías en otra parte, no pensaba verte por aquí…
-          Durante la semana vivo aquí, para ser exactos… ¿Ves ese edificio de ahí? – Lo dijo acercándose a mí y señalando un edificio de apartamentos muy cercano a la playa – Pues vivo en el último apartamento con esta hermosura de perrita.
Los miré a ambos. Era una imagen preciosa, se notaba que él amaba a su perra y que la cuidaba todo lo que podía. El aire empezó a soplar con más fuerza y unas gotas heladas irrumpieron en la playa como una tempestad.
-          ¡Oh, mierda! – exclamé mirando al cielo – Esto no puede estar pasando…
-          ¡Vamos!
Martín me cogió de la cintura y me hizo correr hasta la puerta de su edificio sin descanso. Los dos estábamos exhaustos y nuestras respiraciones no nos dejaban mediar palabra, incluso Perla se había sentado en el portal mirando a la playa con una mirada cansada.
Estaba apoyada en la pared de piedra y un escalofrío recorrió mi espalda haciendo que me estremeciera. Martín se dio cuenta y levanto su cabeza para mirarme a los ojos. Su brazo estaba apoyado en la pared a la altura de mi cabeza y su otra mano aún se encontraba en mi cintura. Nos quedamos mirándonos a los ojos durante mucho tiempo, hasta que otro escalofrío invadió mi cuerpo.
-          Estás helada – dijo Martín mientras me tocaba el brazo con la mano – Puedes ducharte en mi casa y poner tu ropa a secar. Luego te llevaré a casa en coche ¿Te parece bien?
No dije nada, no podía. El frío sólo me dejo asentir y la necesidad de pegarme a una estufa era más fuerte que mi idea de irme. Así que cuando el abrió el portal, me metí dentro mirándole como un cachorrito asustado y él me mantenía la mirada, cortésmente, sin apartarla ni un segundo.
-          Martín, yo no…

-          No te preocupes, te llevaré a casa cuando me lo pidas.

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