martes, 7 de julio de 2015

Cuando nada es mío... (Capítulo II)



CAPÍTULO II

“- ¿Acaso sabes algo de mí? ¿Mi color favorito, mi número de la suerte? ¿Sabes qué quiero ser de mayor o a qué países quiero viajar?... ¡Claro que no! Tú no me conoces, no has querido conocerme, así que no te atrevas a meterte en mi vida cuando a ti te apetezca.
-          ¡Raquel! No me hables así… Soy tú madre y no me merezco esas formas en las que me hablas.
-          ¿Madre? Dime, dónde estabas el día en que me dej…”

Me desperté sobresaltada, rodeada de oscuridad y silencio ¿Qué estaba pasando? ¿Dónde estoy? Oí un ruido lejano y continuo, un sonido que parecía recorrer las paredes rápidamente, sin apenas ser percibido. Mis oídos estaban taponados y a penas conseguía adaptar mi vista a la oscuridad, estaba perdida en algún lugar que a lo mejor no conocía… y… ¿dónde está ella? Estaba aquí hace unos segundos, estaba aquí y ahora… ¿qué es ese pitido? Mi cabeza empezaba a darme vueltas y un sonido ronco y profundo nacía de mi pecho buscando una salida en forma de sollozos por mi boca. Alguien me estaba hablando… esa voz… ¡yo la conozco!
-          ¿Papá? – ¿y si no era él? Y sí… quizá vuelva a ser ella, no quiero que vuelva, no quiero que este aquí - ¿Eres tú?
-          Soy yo cielo, soy papá – la voz era ahora más cercana y clara. Mi padre estaba aquí conmigo - ¿Has tenido un mal sueño?
Poco a poco, sentí como mis ojos diferenciaban las formas de los muebles y el rostro de mi padre y como mi cerebro empezaba a recordar que ella no estaba en la habitación conmigo, que solo había sido un mal sueño, otra pesadilla más. Sólo eso. Me di cuenta en segundos que aquellos pitidos salían de aquella máquina monstruosa que sirve para despertarse y que no había nadie más en mi habitación, ahora iluminada por la luz de mi lámpara de noche, sólo mi padre y yo, nadie más.
-          Si, una pesadilla – le dije susurrando y secándome el sudor de la frente – No ha sido nada importante – Le sonreí.
-          Bueno, ahora ya está. Recuerda que hoy vuelves a Coruña con la abuela y que no debes olvidarte de llevarle el tupper.
Asentí y no pude evitar reírme con él cuando mencionó el “tupper – acuérdate de devolvérmelo cuando vuelvas” de la abuela. Mis abuelos vivían en A Coruña desde que eran jóvenes y yo, al ser la mayor de los nietos, había sido medio criada por ellos por lo que eran como unos segundos padres para mí. Normalmente, mi padre y yo íbamos a visitarlos cada sábado junto con mi hermano y su madre, y pasábamos allí la tarde y algunas horas de la noche, sobretodo la hora de la cena.
Mi abuela era una mujer muy organizada o como yo solía decirle con el “síndrome del exceso de organización” ya que le encantaba tener todo bajo su atenta mirada y su pulcro que hacer. En cambio, mi abuelo era el típico señor que si le dejarás haría una moción de censura al paso del tiempo quedándose en su infancia para siempre. La verdad es que cuando los miraba no me podían parecer mejor pareja y sobre todo no podría imaginarme un dúo romántico mejor.
*
Esa mañana había sido muy frustrante para mí, pero casi todas mis mañanas eran resultado de unas noches eternas en las que rememoraba ciertos sucesos de mi vida, partes donde se fueron quedando trocitos de mí, que es un precio muy alto para pagarle a la vida por conducir sin carnet por sus accidentadas carreteras. C´est la vie! Después de comer un rico fideuá con mi padre y mi pequeño pero travieso y pegajoso hermano, fui directa a por mi equipaje para coger el tren en dirección a una de las ciudades más hermosas que conozco: A Coruña.
En el tren me encantaba ponerme los auriculares y cerrar los ojos, imaginándome que volaba y que nadie podía hacerme caer mientras escuchaba a Joaquín Sabina y a sus magníficas pero chocantes letras. No es que no me gustara otro tipo de música más alegre pero Sabina me hacía sentir que estaba en casa, que siempre estuve en mi hogar y que nunca nadie podría alejarme de allí. Es curioso, pero me encantaba ese sentimiento de libertad y control aunque solo durara unos minutos, aunque no fuera real…
“Algunas veces vuelo y otras veces me arrastro demasiado a ras del suelo”
Me parecía que la canción estaba basada en mi vida, como si leyera mis sentimientos y los convirtiera en palabras que yo no sabía, ni de lejos, expresar. No me hacía sentirme mejor, apenas conseguía llenar el vacío que había nacido en mí alguna vez a lo largo de los años…
“Algunas veces vivo y otras veces la vida se me va con lo que escribo”
Puede que fuera eso, que ya no hubiera progreso para mí y que mi existencia estuviera condenada a vivir muriendo pero sin llegarse a morir del todo, como cuando el cielo se nubla y parece que quiere llorar, pero no puede, hay una pieza del puzle que falta, algo que se busca desesperadamente y nunca se llega a encontrar.
“Y algunas veces suelo recostar mi cabeza en el hombro de la luna, y le hablo de esa amante inoportuna que se llama Soledad”
Soledad… ¿Me siento sola a pesar de tener gente a mi alrededor? Creo que no me siento sola, pero si incompleta. Quizá me falte algo dentro, una pieza minúscula de mi sistema que lo altere todo y no deje que mi yo funcione correctamente…
“O dejo la puerta de mi habitación abierta por si acaso se te ocurre regresar”
Algún día habría tenido que pasar, tropezarme con una piedra de dimensiones catastróficas en mi camino y caerme de bruces si apenas tener tiempo de protegerme de los daños. Estoy segura de que así fue como sucedió, vino un tsunami que dejo todo destrozado en mi vida y ahora tengo que ir poco a poco reconstruyendo los edificios de mi presente con las dispersas y destruidas piezas de mi pasado. Debe ser así como uno se recupera de haber estado en aquel sitio oscuro y gélido llamado fondo… Y de repente la siguiente estación era A Coruña.



No hay comentarios:

Publicar un comentario