CAPÍTULO II
“- ¿Acaso sabes algo de mí? ¿Mi
color favorito, mi número de la suerte? ¿Sabes qué quiero ser de mayor o a qué
países quiero viajar?... ¡Claro que no! Tú no me conoces, no has querido
conocerme, así que no te atrevas a meterte en mi vida cuando a ti te apetezca.
-
¡Raquel!
No me hables así… Soy tú madre y no me merezco esas formas en las que me
hablas.
-
¿Madre?
Dime, dónde estabas el día en que me dej…”
Me
desperté sobresaltada, rodeada de oscuridad y silencio ¿Qué estaba pasando?
¿Dónde estoy? Oí un ruido lejano y continuo, un sonido que parecía recorrer las
paredes rápidamente, sin apenas ser percibido. Mis oídos estaban taponados y a
penas conseguía adaptar mi vista a la oscuridad, estaba perdida en algún lugar
que a lo mejor no conocía… y… ¿dónde está ella? Estaba aquí hace unos segundos,
estaba aquí y ahora… ¿qué es ese pitido? Mi cabeza empezaba a darme vueltas y
un sonido ronco y profundo nacía de mi pecho buscando una salida en forma de
sollozos por mi boca. Alguien me estaba hablando… esa voz… ¡yo la conozco!
-
¿Papá? – ¿y si no era él? Y sí… quizá
vuelva a ser ella, no quiero que vuelva, no quiero que este aquí - ¿Eres tú?
-
Soy yo cielo, soy papá – la voz era
ahora más cercana y clara. Mi padre estaba aquí conmigo - ¿Has tenido un mal
sueño?
Poco
a poco, sentí como mis ojos diferenciaban las formas de los muebles y el rostro
de mi padre y como mi cerebro empezaba a recordar que ella no estaba en la
habitación conmigo, que solo había sido un mal sueño, otra pesadilla más. Sólo
eso. Me di cuenta en segundos que aquellos pitidos salían de aquella máquina
monstruosa que sirve para despertarse y que no había nadie más en mi
habitación, ahora iluminada por la luz de mi lámpara de noche, sólo mi padre y
yo, nadie más.
-
Si, una pesadilla – le dije susurrando y
secándome el sudor de la frente – No ha sido nada importante – Le sonreí.
-
Bueno, ahora ya está. Recuerda que hoy
vuelves a Coruña con la abuela y que no debes olvidarte de llevarle el tupper.
Asentí
y no pude evitar reírme con él cuando mencionó el “tupper – acuérdate de devolvérmelo cuando vuelvas” de la abuela. Mis
abuelos vivían en A Coruña desde que eran jóvenes y yo, al ser la mayor de los
nietos, había sido medio criada por ellos por lo que eran como unos segundos
padres para mí. Normalmente, mi padre y yo íbamos a visitarlos cada sábado
junto con mi hermano y su madre, y pasábamos allí la tarde y algunas horas de
la noche, sobretodo la hora de la cena.
Mi
abuela era una mujer muy organizada o como yo solía decirle con el “síndrome
del exceso de organización” ya que le encantaba tener todo bajo su atenta
mirada y su pulcro que hacer. En cambio, mi abuelo era el típico señor que si
le dejarás haría una moción de censura al paso del tiempo quedándose en su
infancia para siempre. La verdad es que cuando los miraba no me podían parecer
mejor pareja y sobre todo no podría imaginarme un dúo romántico mejor.
*
Esa
mañana había sido muy frustrante para mí, pero casi todas mis mañanas eran
resultado de unas noches eternas en las que rememoraba ciertos sucesos de mi
vida, partes donde se fueron quedando trocitos de mí, que es un precio muy alto
para pagarle a la vida por conducir sin carnet por sus accidentadas carreteras.
C´est la vie! Después de comer un
rico fideuá con mi padre y mi pequeño pero travieso y pegajoso hermano, fui directa
a por mi equipaje para coger el tren en dirección a una de las ciudades más
hermosas que conozco: A Coruña.
En
el tren me encantaba ponerme los auriculares y cerrar los ojos, imaginándome
que volaba y que nadie podía hacerme caer mientras escuchaba a Joaquín Sabina y
a sus magníficas pero chocantes letras. No es que no me gustara otro tipo de
música más alegre pero Sabina me hacía sentir que estaba en casa, que siempre
estuve en mi hogar y que nunca nadie podría alejarme de allí. Es curioso, pero
me encantaba ese sentimiento de libertad y control aunque solo durara unos
minutos, aunque no fuera real…
“Algunas veces vuelo y otras veces
me arrastro demasiado a ras del suelo”
Me
parecía que la canción estaba basada en mi vida, como si leyera mis
sentimientos y los convirtiera en palabras que yo no sabía, ni de lejos,
expresar. No me hacía sentirme mejor, apenas conseguía llenar el vacío que
había nacido en mí alguna vez a lo largo de los años…
“Algunas veces vivo y otras veces
la vida se me va con lo que escribo”
Puede
que fuera eso, que ya no hubiera progreso para mí y que mi existencia estuviera
condenada a vivir muriendo pero sin llegarse a morir del todo, como cuando el
cielo se nubla y parece que quiere llorar, pero no puede, hay una pieza del
puzle que falta, algo que se busca desesperadamente y nunca se llega a
encontrar.
“Y algunas veces suelo recostar mi
cabeza en el hombro de la luna, y le hablo de esa amante inoportuna que se
llama Soledad”
Soledad…
¿Me siento sola a pesar de tener gente a mi alrededor? Creo que no me siento
sola, pero si incompleta. Quizá me falte algo dentro, una pieza minúscula de mi
sistema que lo altere todo y no deje que mi yo funcione correctamente…
“O dejo la puerta de mi habitación
abierta por si acaso se te ocurre regresar”
Algún
día habría tenido que pasar, tropezarme con una piedra de dimensiones
catastróficas en mi camino y caerme de bruces si apenas tener tiempo de
protegerme de los daños. Estoy segura de que así fue como sucedió, vino un
tsunami que dejo todo destrozado en mi vida y ahora tengo que ir poco a poco
reconstruyendo los edificios de mi presente con las dispersas y destruidas
piezas de mi pasado. Debe ser así como uno se recupera de haber estado en aquel
sitio oscuro y gélido llamado fondo… Y de repente la siguiente estación era A
Coruña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario