domingo, 26 de abril de 2015

Picos altos y bajos

Como ya sabéis, os voy contando un poco mi experiencia como Nanny en Londres. Hace unas semanas os contaba que estoy cuidando a un niño con un Trastorno del Procesamiento Sensorial y la mala pasada de hace dos miércoles.

El viernes pasó algo que yo jamás pensaría que me podía pasar, y ante las miradas atónitas de la gente que estaba presente, parecía que mi cuerpo iba envejeciendo poco a poco hasta quedarse sin fuerzas... 

Los viernes, el niño, tiene tres clases de baile en un sitio llamado Morden, que está a las afueras de Londres pero al mismo tiempo muy pegado al mismo. El trayecto consta de 15 minutos andando desde el colegio hasta la estación de tren, 8 minutos en tren hasta Morden y, finalmente, 20 minutos caminando desde la estación de Morden a la escuela de baile. Todo pasó durante el trayecto en tren a la vuelta de las clases, y os preguntaréis "¿Qué es lo que puede pasar en 8 minutos?"... ¡¡Pues de todo!!

Os pongo en situación: Entramos en el tren y nos fuimos al final del vagón para sentarnos, ya que el niño debe ir siempre sentado en el transporte público. Los asientos eran de cuatro plazas, es decir, unos orientados hacia donde se dirige el tren y los otros mirando hacia el lado contrario. Delante nuestra había una pareja  que hablaba muy animadamente, y cuando nos sentamos el niño me pidió que le diera un "snack". Por mi no había problema, ya que sabía que después de tres clases de baile hasta un adulto tendría un hambre voraz... Le di un bollito de plátano y empezó a comérselo, pero al llegar a la mitad empezó a jugar con el y a tirármelo encima de la ropa y en el suelo. ¡Aquí empezó la hecatombe!



El niño empezó a tirarse encima de mi, a agarrarme del cuello (no me hacía daño porque obviamente tengo más fuerza que él) y a forcejear conmigo. No paré ni un minuto de repetirle que hiciera el favor de sentarse y estarse quieto, que en el tren hay que ir tranquilo sin molestar a la gente. Su contestación era seguir tirándose encima de mi y gritar, de ahí a que todo el vagón estuviera mirando semejante escándalo... No le basto con que yo tuviera que usar algo de fuerza para sentarlo en su sitio y hacer presión para que no se levantara, que le di una patada al chico que iba enfrente. Tuve que disculparte como tres veces con él, porque a pesar de que me dijera que no pasaba nada, algo si pasaba y su cara lo decía todo.

Después de unos minutos decidí levantarme porque estaba molestando a medio vagón y tuve que arrastrarlo, literalmente, hasta el centro del vagón para bajarnos en nuestra parada. Cuando el tren paró el niño se agarro a las barandillas para no salir del tren y tuve que cogerlo en brazos para bajar corriendo antes de que las puertas se cerraran... Pero mi sufrimiento y vergüenza no terminó ahí, no. El niño hizo que lo arrastrara hasta la salida de la estación (ya que se subía a los bancos e intentaba saltar hacia las otras plataformas) donde por fin se tranquilizó.


Cuando salí de trabajar, y a pesar de que los padres me apoyaron y lo han dejado sin ir a baile por tremendo numerito, no podía dejar de sentirme frustrada y aún sentía todas las miradas encima de mí. Puedo jurar que en ese momento no me sentí una nanny, si no que me sentí como una secuestradora de niños o como una madre incapaz de manejar a su propio hijo.

A pesar de todo, soy consciente de que esto es parte de su trastorno y que no me lo hace deliberadamente, pero aún así me sentí sin fuerzas y sin ánimo para enfrentarme a una situación así otra vez.

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